Ha sido un día largo, intenso; y tal vez
la felicidad consista en ello.
Tal vez sea levantarte a las siete de la
mañana para limpiar la cocina, leer un rato, descansar un poco y sacar a los
perros. Volver, esencialmente para limpiar una habitación tras otra, o tres
veces la misma hasta que quede lo suficientemente limpia, hasta que el agua
deje de salir negra.
Tal vez sea barrer durante horas,
arreglar el jardín, todo acompañado de buena música.
Cocinar y comer, para tener que limpiar
la cocina. Y barrer un patio exterior que, al sol de un caluroso día de verano,
parece tornarse en infinito. Quitar hojas mientras las hormigas suben por tus
manos, encontrarte con tener arañas en los brazos; notar polvo en ojos,
garganta, y no dejar de estornudar por ello. Notar que tienes tierra ya hasta
en el alma, y que llegue a picarte hasta tu existencia.
Y cuando ya está empezando a caer el sol
y al fin puedes darte un descanso, te metes en la ducha.
Puedes sentir como el agua caliente va
quemando la suciedad y arrancándola de ti. Convertir el enjabonarse en un
ritual para masajear tus brazos, pies y piernas. Cómo el agua fría recorre tu
cuerpo y te activa y despierta.
Secarte a conciencia y ponerte ropa
limpia. Peinarte y perfumarte.
Y, entonces, salir al jardín ya
oscurecido por la nocturnidad, ahora presente. Sentir el frescor de una noche
de verano rodeando tu limpieza. Aspirar tu perfume, conjuntado con el aroma del
ambiente.
Acercarte a los lugares ahora limpios, y
admirar el trabajo bien hecho.
Me duelen los músculos, tengo cansancio
ya hasta en el pelo. Solo quiero abrazar la cama y que un frío edredón me
arrope mientras me adentro en el mundo de ‘Canción de Hielo y Fuego’.
Pero tal vez la felicidad consista en
esto.